viernes, 31 de mayo de 2013

Culturalmente, programa de radio de mi primo el Dr. Carlos López García, segmento dedicado a la esclerosis múltiple




El Dr. Carlos López García es un médico poblano muy reconocido por su altruismo, su contribución a la cultura y rescate de tradiciones, y por supuesto, por el ejercicio de la medicina en la Ciudad de Puebla, México.

Para escuchar completa la emisión
del 30 de mayo, y todos los programas
del Dr. Carlos López García,
por favor visite este enlace.
Conduce el programa "Culturalmente", que se transmite por internet en www.pueblaprioridad.com.mx todos los jueves a las 12 del día. 

El programa es de una hora y vale la pena escucharlo, pero en la versión para Youtube editamos solamente el segmento en que habla sobre esclerosis múltiple.

En la emisión del jueves 30 de mayo de 2013, Carlos dedicó varios minutos a hablar de la esclerosis múltiple, de ZOE Esclerosis Múltiple de Morelos A.C., de "La Tentación de ser dios. Calígula" y de nuestra lucha por lograr que el Seguro Popular atienda a las personas con EM.


Muchas gracias, primo. Me hiciste sentir muy halagado con tus opiniones de mi persona y de mi esposa Ana Silvia Barajas.
Dr. Carlos López García
Los invito a conocer un poco más de mi primo, a través de lo que él escribe; esta historia fue el tema del programa de radio del 30 de mayo.

Si mi piano pudiera hablar…

Él puede cantar suavemente y también gritar de alegría a través de sus cuerdas, sin embargo no puede contarnos todo lo que tuvo que pasar para llegar a la que ahora es su casa. Se llama Rosenkranz y como nombre podemos darle el de su creador, Ernesto. 

Fue construido en el año de 1917 con número de serie 21704 en una hermosa ciudad alemana llamada Dresden. La Fábrica había iniciado su producción en 1797 y en poco tiempo se volvió popular en toda Europa, en sus talleres se formaron grandes maestros, como Bechstein y Steinbech, quienes con el tiempo crearían algunos de los más hermosos instrumentos musicales del mundo. 

Pues bien, el joven piano terminado en medio de la Primera Guerra Mundial tuvo que permanecer en bodega junto con muchos de sus hermanos hasta que la contienda terminara y sólo entonces ya en 1919, pudo ser subido a un tren que lo llevaría a un puerto del Mar del Norte donde embarcó rumbo a América arribando casi un mes después al Puerto de Veracruz, donde en medio de un febril movimiento fue descargado y puesto a descansar en las bodegas de la Aduana otro mes más, hasta que los representantes de la Casa de Música Wagner y Levien, con sede en la Ciudad de Puebla, cumpliendo todos los requisitos para llevárselo pudieron enviarlo por tren a su destino.

El ferrocarril era de vapor, y su pintoresco recorrido cubría paisajes que no pudo ver nuestro protagonista por venir embalado en una caja de pino con tela y borraja. El trayecto duró dos días, uno para llegar a la estación de Apizaco y otro para transbordar al ferrocarril Interoceánico con destino a la Ciudad de Puebla donde ya esperaba a nuestro piano una carreta plana tirada por mulitas.

El destino era la calle de la Independencia número 6 donde se encontraba la famosa casa Wagner y Levien, cuyos propietarios se esmeraban en ofrecer lo mejor en instrumentos musicales a la culta ciudad de Puebla. Ahí desempacaron a los viajeros, limpiaron con esmero cada detalle del brillante acabado en barniz negro, a los candelabros no había necesidad de pulirlos, puesto que el bronce era nuevo, ¡sólo tenía dos años! y antes de emprender el viaje habían sido limpiados a conciencia. 

Así, poco a poco, en medio de la borraja y la tela, empezó a surgir la serena belleza del piano cuyo nombre en letras de bronce incrustado decía “Rosenkranz”. Y el mismo piano, al dejar ver sus blancos dientes de marfil permitió que el maestro afinador comprobara porqué eran tan famosos esos instrumentos de allende el mar. Al tocar las teclas sus cuerdas vibraron e inmediatamente todos callaron. 

En la sala había otros pianos alemanes, y también uno que otro aristócrata norteamericano, sus nombres eran variados,; Julius Kreutsbach, Bechstein, Steingraeber & Söhne y por supuesto el más famoso de todos y por mucho el más costoso, el soberbio Steinway. Todos estaban destinados a las casas de la ciudad y del país, porque Wagner y Levien era la única distribuidora autorizada para las mejores marcas de piano del mundo y su venta a cualquier rincón de México.

De ahí sólo bastaba esperar la visita de un padre emocionado porque su hija estaba próxima cumplir quince años y él quería oírle tocar el Vals Emperador ¡en un piano alemán!, o de aquel esposo que en su aniversario de bodas quería ver la cara de felicidad de su amada al descubrir en su sala a un hermoso piano nuevo. 

Los precios podían variar, desde los más sencillos modelos norteamericanos con un costo equivalente a un potrillo hasta los deslumbrantes pianos de cola alemanes, algunos más caros que una casa de regular tamaño, todo dependía del gusto y de la capacidad económica del comprador. Y ¿nuestro piano? , el pertenecía era a la mejor escuela europea, era costoso sí, pero el sonido prístino de sus cuerdas y la sonoridad de su caja hacían que hasta el más duro crítico quedara enamorado de él. 

La tienda le guardó varios meses hasta que en 1920 una familia, cuyo hijo estudiaba entonces con la prestigiada Maestra Valderrama decidió comprarlo e instalarlo en la sala de su casa en pleno corazón de la ciudad en la calle de Mercaderes. Ahí, fue testigo de Navidades, de cantos y de posadas, compartió con la familia los momentos más emotivos y también tristes, disfrutó veladas donde él fue el actor principal y donde también algún despistado dejó la huella de su copa encima…

Así, siguió cantando hasta que poco a poco los integrantes de la familia fueron tomando diferentes rumbos, dejando cada vez más silenciosa a la hermosa sala. El tiempo pasó, y cuarenta y nueve años después de su llegada a Puebla, ya en mil novecientos sesenta y nueve los hijos de su primer dueño, ese muchachito amante de la música, decidieron vender a nuestro amigo a un joven abogado llamado Daniel Camarillo, quien recién casado quiso agasajar a su esposa regalándole el muy bien conservado y ya no tan joven piano alemán, que sintiéndose otra vez querido, volvió a cantar con gusto. 

Por cosas del destino sólo pudo pertenecer a la familia Camarillo-Herrera por dos años al tener ellos que trasladarse por trabajo a la ciudad de Mazatlán y verse obligados a venderlo a Don Juan Escutia, tío de la Sra. Herrera , que a su vez lo regaló a su pequeña hija Bertha quien inició con él sus clases de piano y que al casarse le destinó al Salón de Baile de su residencia, lugar donde por primera vez lo vi hace 27 años y donde me enamoré de él. 

Cada vez que visitaba a Bertha y a su esposo, mi querido amigo Roberto Macías les preguntaba por “mi piano” y ellos sonrientes me decían “ lo estamos cuidando bien”, y así fue, porque cuando falleció Roberto, y viviendo ya sus hijos en el extranjero, Bertha decidió venderme al noble piano a quien encontré tan hermoso como la primera vez. Cuando me preguntó si de verdad lo quería me emocioné como un niño y el trato fue inmediato, llamé al Maestro Orea, quien inició el trabajo de restauración total del mueble y del barniz, ya que la maquinaria estaba impecable. 

Dos meses más tarde el piano me fue entregado, ahora no protegido con madera, tela y borraja, sino con plástico especial y cartón y que, al ser retirado poco a poco, permitió volver a ver, como si fuera un renacimiento las maderas finas en barniz negro brillante, el dorado color del bronce y el blanco inmaculado de sus teclas como queriendo decir:

¡Aquí estoy otra vez!
  

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