lunes, 3 de mayo de 2010

Óscar y Cristina La Terrorista

La esclerosis múltiple es una enfermedad muy cruel, ha dicho un amigo. Y creo entender que la llama cruel porque llega silenciosa, sorprende, avanza y gana terreno. Un día estás bien y al siguiente sientes que tu cuerpo no te pertenece, que no hay modo de hacerlo obedecer; sientes que tu voz suena lejana y tus ojos mienten. Puedes sentir todo eso y después nuevamente despertar como si nada hubiera sido diferente.

Pero la esclerosis múltiple afecta a más de la persona que tiene el diagnóstico. Afecta a toda la familia: he visto madres sollozando mentalmente, hermanos evitando el contacto con los ojos del enfermo, hijos teniendo miedo de sus padres cambiantes, y amigos que se alejan.

He visto muchos muchos amigos que guardan distancia y familiares que optan por guardar silencio, en familias que tienen un antes y un después dramáticos resultantes de que un neurólogo dijera las palabras "esclerosis múltiple".

Mi familia también tiene lo suyo.

FOTO: Mi hijo Mariano, mi hermano Óscar y yo, de visita en el cuartel de bomberos de Cabo San Lucas (marzo 2008)

Obviamente en mi niñez y adolescencia ni siquiera se dibujaba la sombra de la esclerosis múltiple, no había un solo indicio de que después de los 40 años yo sería cuadrapléjico. Y así crecí, como cualquier muchacho, compartiendo mi vida con mi familia cercana.

Yo soy el menor de cinco hijos. Tengo dos hermanos y dos hermanas mayores, pero uno de ellos es con el que más he compartido en mi vida, y es con quien tengo una empatía y unión muy especiales. Obviamente siento cariño especial por cada uno de mis hermanos, y tengo de ellos recuerdos y momentos memorables, pero sólo uno ha estado presente en todas las etapas de mi vida.


FOTO: Óscar en Cabo San Lucas

Óscar nació justo 18 meses antes que yo. Cuando éramos niños, mi madre nos compraba prendas de vestir iguales, fuimos a las mismas escuelas, tuvimos los mismos amigos, hacíamos juntos todas las travesuras y locuras que se pueden hacer cuando se vive en el quinto piso de un edificio en la zona céntrica de la ciudad más grande del mundo.

Mi hermano Óscar y yo tomábamos por asalto la escalera, la azotea, los cubos de luz y las aceras del edificio donde pasamos los primeros años de vida en la Ciudad de México. Él siempre fue mucho más temerario: se columpiaba como Tarzán por afuera de la ventana usando como lianas el cortinero y las afortunadamente resistentes cortinas de nuestro departamento; utilizaba las tuberías de agua para jugar al pasamanos, pero también cinco pisos arriba de tierra firme, y era él quien llegaba de la escuela con el uniforme sucio o roto porque se agarró a golpes con otro niño.

Yo siempre fui más "prudente", por decirlo de algún modo. Me aventuré a caminar por la cornisa pero no volaba como trapecista citadino y el único con que me di de golpes fue mi propio hermano, pero nunca le pegué a un extraño.

FOTO: Mi hermano Óscar y yo (octubre 2008)

Han pasado ya casi 40 años de aquellos días. Entonces no se asomaba en mi vida la esclerosis múltiple, ni mi hermano parecía que un día sería guía formador de profesionales de la construcción.



Yo no me animo a decirles "macuarros" a los alumnos de la escuela de arquitectura, pero así es como él los etiqueta en las fotos del Facebook. Y el "profe" al que los "macuarros" mandan mensajes de agradecimiento, de cabuleo y de guasa, es nada más y nada menos que mi hermano el arquitecto, que hoy celebra su Día -el de la Santa Cruz-, como buen albañil con grado universitario.



Óscar, con el que una vez fuimos dos bultos rodando por la escalera eléctrica de la tienda Liverpool, -que por cierto esa vez no parecíamos niños sino pelotas humanas en resbaladilla-, fue el mejor rival de juegos que pude tener; fue mi maestro para los aprendizajes de la infancia, fue quien -cuando aún éramos adolescentes- acompañó a nuestro padre al momento de fallecer, fue mi cómplice de parrandas en la juventud y mi compañero de habitación hasta el día en que se casó con Rocío.

Hoy mi hermano vive a miles de kilómetros de donde vivo yo, pero con mucha frecuencia hablamos por teléfono, sigue siendo mi confidente y es un gran apoyo moral y económico para mi manutención.

No tengo palabras para agradecerle su apoyo, su eterna compañía, su amor y su solidaridad. Cuando estamos juntos, Óscar hace todo lo posible porque yo esté confortable, por cumplir mis antojos y por ayudarme sin reparos.

FOTO: Óscar y yo (marzo 2007)

Desde niños, mi hermano fue muy protector conmigo, pero ahora que somos adultos ya casi viejos, y la parálisis ha invadido mis brazos y mis piernas, ahora que la esclerosis múltiple me impide valerme por mí mismo, que ni siquiera puedo permanecer sentado sin apoyo, ahora Óscar cuando está a mi lado me abraza, masajea mi espalda, toma mis manos y las aprieta entre las suyas, besa mi frente y mis mejillas, me abraza como si fuera yo a romperme, y en esas muestras de afecto me entrega el alma, me devuelve la vida.

Es mi hermano, y la distancia y los años, lejos de separarnos han vuelto nuestros lazos más intensos, mucho muy sólidos. Su amor me fortalece, aunque lamento que en ocasiones él
haya llorado por ver mi cuerpo apagarse con los años, me duele que le duela mi enfermedad, me preocupa que padezca por mi discapacidad, pero me inunda el corazón que me reitere su amor cada momento.

FOTO: Mi madre, mi hermano, mi esposa y yo (octubre 2008)

Hay algo muy especial en esta relación de hermanos, es evidente, pero eso muy especial echó raíces como si hubiésemos sembrado juntos un árbol, y las flores de esa planta son todas una sola: la hija de mi hermano es llama viva del amor fraterno.

Cristina, mi sobrina ahora joven adulta, ha crecido viendo cuánto su padre hace por mí. No le extraña que mi hermano detenga cualquier actividad para responder a mis llamadas, le parece normal que su padre comparta conmigo el dinero que gana con su trabajo, y especialmente le resulta natural a Cristy amarme como su padre lo ha hecho.

Cuando Cristy nació yo tenía ya la esclerosis múltiple, pero aún caminaba -a veces con ayuda de un bastón y más lentamente que otras personas-, trabajaba en la clínica y era independiente en mis acciones. Ella era una bebita singular, con dominio de lo que la rodeaba, con un poder especial sobre la voluntad de sus padres y con un sentido muy aguzado de su capacidad para comunicarse con los demás.

FOTO: El Arco de San Lucas

La llamaba yo La Terrorista, porque a los dos años, cuando aún ella ni siquiera hablaba con claridad, me dio una muestra de su capacidad de aprendizaje y su alma de retadora -seguramente herencia de mi hermano-: Dejé mi café sobre la mesa de centro. Vino Cristina y sujetó la taza con sus manitas de muñeca consentida. Inclinó lenta muy lentamente esa taza con mi café adentro. Mientras amenazaba con derramar el líquido, me miraba fijamente, pero nunca dejaba de mover sus manos amenazantes. Me puse de pie y justo cuando estaba a punto de quitar la taza de sus manos, un instante antes de que el café cayera, la nena la depositó nuevamente sobre la mesa y rió de buena gana ante mi gesto de temor contenido. La Terrorista.

Pasaron algunos años y Cristy se mudó lejos de la Ciudad de México cuando aún era muy pequeña. Sus padres la llevaron a vivir a Cabo San Lucas, en la Península de Baja California Sur. En aquellos años, Cabo era aún como una isla, con pocos habitantes y muchas lejanías. Y ahí creció mi sobrina.

FOTO: Vista aérea de Cabo San Lucas.

Se dedicó un tiempo a rescatar perros y llegó a tener una veintena de mascotas, todas atendidas con cariño por ella misma. Luego se preocupó por liberar tortugas en el mar. Empezó a reafirmar ese carácter suyo tan fuerte y tan individual. Fortaleció su generosidad y ejercitó sus habilidades de comunicación en lo personal y públicamente.

FOTO: Cristy niña jugando conmigo.

Cristina pronto se convirtió en una adolescente temperamental. Yo la veía, o ella me veía a mí en todo caso, una vez cada año.

A finales del invierno, durante varios años mi hermano hizo los arreglos para que yo viajara durante un mes a Cabo San Lucas, y ésas eran para mí las mejores semanas del año por muchas razones, pero una especial por esa sobrina ocurrente y cariñosa que añoraba a su familia que venía de lejos.

FOTO: Paseando por las playas de Cabo, en un asiento "hechizo", inventado por mi hermano para que yo pudiera mantenerme equilibrado.

Fuimos juntos a ver las ballenas en Puerto López Mateos, Cristina y yo con el resto de la familia. Pasamos días divertidos en la playa de El Médano, y reíamos en aquellas vacaciones en que anualmente nos reencontrábamos.

Y luego un día, después de cumplir 15 años, Cristy pidió a su padre que la llevara a conocer familia: llegaron al Distrito Federal para que mi sobrina conviviera con sus primos (creyendo que eso podría un poco parecerse a tener un hermano) y fueron después a Puebla y Tlaxcala, para conocer primos segundos, tíos y abuelos tíos, buscando las raíces de los García.

FOTO: Cristina García

Cristina es muy especial. Al igual que pasa con mis hermanos, quiero a todos mis sobrinos, pero el estilo y la personalidad de Cristy me facilitan decir que con ella hice vínculos, que ella aprendió a verme y que entendió el modo de conocerme.

Quizá porque sólo me veía una vez por año. Quizá porque al principio me veía andar lentamente pero después me vio llegar sentado en una silla de ruedas, o quizá porque en años más recientes incluso tuvo que ayudarme a comer y acercarme la Coca-Cola para que yo bebiera, pero siento, sin temor a equivocarme, que ella tiene
una fotografía muy nítida de lo que la esclerosis múltiple
me ha quitado y de lo que la discapacidad me ha dado.

Hemos crecido los dos, mi sobrina y yo.

FOTO: Cristina, mi madre, Óscar y yo.

Ella para convertirse en una joven decidida que pronto entrará a la universidad, y yo para convertirme en un apacible y paciente papá tardío, uno que se casó a los 45 años y apenas está viviendo la experiencia de ser padre pero que tiene muchos recuerdos y anécdotas de los meses que vio cómo Cristina La Terrorista fue aprendiendo y madurando.

Ver crecer a Cristy, compartir sus alegrías, sus berrinches, sus sueños, me hizo desear tener una familia propia.

Yo temía durante mi juventud ser padre de familia. No sabía lo que mi enfermedad me tendría preparado. La incertidumbre me pesaba. Pero hoy faltando poco para que yo cuente 50 años, he decidido vivir y seguir viviendo, pero en eso definitivamente tengo mucho qué agradecer a mi hermano y a su maravillosa familia, especialmente a la hija que me dio un mes cada año esa luz de sentir a su lado las emociones de la paternidad salpicándome con sus brillantes chispas.

FOTO: Óscar y Cris (2007)

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