viernes, 8 de junio de 2007

La de... formación cívica

Gloria Gurrola Castro, se llamaba, o se llama, la dichosa maestra de civismo.

-El nombre de mi profesora es Gloria Gurrola Castro, y fue maldita toda su vida de profesora excepto el año que nos tocó.

Pacientemente, procedió Héctor a señalar con suavidad mi falta, hablándome de sí. Luego me dijo uno a uno los nombres de sus escuelas: excepto la guardería de Recursos Hidraúlicos, que se llamaba así: Guardería de Recursos Hidraúlicos.

Le siguieron la escuela Florencio M. del Castillo, que es una construcción en forma de castillo, "en la esquina de aquella calle donde paramos a comer tacos una vez, cerca del hospital Colonia", me dice. Ahí, cursó Héctor seis años de educación básica, aprendiendo a leer quizás aún con el método onomatopéyico. El menor de cinco hermanos que seguramente habrán ido a la misma primaria.

De la secundaria, yo estaba confundida; pensé que era por la Calzada México-Tacuba. No, me corrige, era en Serapio Rendón: La Diurna número 28 "Doctor Manuel Barranco", aquella donde algunos años atrás ocupó una banca la indescriptiblemente mística y hermosa Ofelia Medina, la que -a decir de algún maestro- lloraba cuando no sacaba un diez.

Y en la Prepa, nada menos que la 4: la Escuela Nacional Preparatoria Número 4 "Vidal Castañeda y Nájera", de la que ahora mismo no puedo mencionar alguna anécdota. Pero no importa, porque ya vendrá después mi fe de erratas.

El que voló en el Mustang fue Roberto y no Oscar, y más minucias que mi antes memoria fotográfica retiene a trozos.

Para rematar, una foto que quizás no viene al caso: la de la doctora Angelina cuando estuvo de visita hace unas semanas. Cuando nos sorprendió en la tarde con su risa de adolescente y una deliciosa charola de panqués liliputienses, manjares que se desvanecieron dejando sabor de amistad renovada en medio de una charla vespertina. Saludos a la bella Angie, y a su jovial madre. Bienvenidas.

AS

miércoles, 6 de junio de 2007

Te cuento mis recuerdos...

... para cuando yo los olvide.


Me dijo esto Héctor mientras mirábamos al techo en busca de formas caprichosas; nos retenía en la plática la modorra del sol filtrándose por la ventana, y nos servía de fondo el canto de tres pericos australianos que son los nuevos inquilinos de la casa.


A veces olvido que Héctor no se puede mover; cuando platicamos todo es tan real que lo veo en cada una de las escenas que me describe. Cuando me dice el tamaño del perro, lo "veo" haciendo con los brazos el espacio que ocupa el perro. De verdad que es es así. Cuando me describe una patada de taekwondo puedo verlo levantando el pie hasta mi mentón, y cuando vamos por la calle sólo puedo sentir sus pasos a mi lado.

A veces olvido que no puede moverse. Su vitalidad es tal que inunda la atmósfera que lo rodea.

Lo amo, y a veces me preocupo porque no veo el mundo igual que él; y me ha hecho parte de su vida, de su mundo, como lo es él de el mío. Tenemos ya una unión de sal y mieles, tenemos ya más de 20 meses contándonos las cosas más extrañas.

Conozco al grupo de "idioterapia" por todo lo que me dice de esos amigos. Quiero a Adrián Salmerón por el modo en que se emociona Héctor cuando habla de él, y por la llamada que hizo el día de su cumpleaños. (Me porté como babosa aquella mañana, no sabía cómo decirle que yo también quiero ser su amiga).

Y veo el mundo a través de los ojos de mi amado, vivo sus remembranzas en sus palabras. Y me pide que las memorice para cuando ya él no pueda contármelas.

Me hace llorar cuando dice eso. Tengo miedo. Tengo miedo del tiempo, tengo miedo de la esclerosis múltiple, tengo miedo de que le robe también la voz, de que me quite su risa, de que no le deje más mirar al mundo. Tengo mucho miedo de la esclerosis múltiple.

Leí hace unos días un texto de Elena Poniatowska dedicado a Juan García Ponce, aquel escritor que vivió más de tres décadas con la esclerosis múltiple. Y decía ella que al estar con Juan se olvidaba que sólo podía levantar los brazos con el pensamiento, "Quizá no pueda sostener su cabeza pero su cerebro se yergue poderoso e ilumina cada inerte pensamiento".

Igual sucede con el hombre que amo: tiene la mirada más altiva y su rostro siempre es pleno, sus palabras son firmes, aún cuando a veces su voz es inaudible porque su cabeza se hunde irremediablemente sobre el pecho.

-Te cuento mis recuerdos para cuando yo los olvide- me repitió la frase mientras yo me abrazaba fuerte a su cuerpo.
-Sí, cuéntame, me gusta mucho que me lleves contigo a pasear por tu memoria; te quiero imaginar niño, quisiera verte jugando y creciendo. Sigue contando.

En la secundaria, yo no veía a las niñas, y ellas al parecer no me veían a mí.

Sólo una supo que yo existía. Le dijo un día a mi mamá que quería ser su nuera. Y me decía "caballito lindo", pero yo nunca comprendí.

Luego, ya en tercero, de pronto volteábamos a verlas, a las niñas flacas que se sentaban cerca de nosotros, a aquéllas que el uniforme no terminaba de quedarles bien, de pronto les habían crecido cosas por todos lados. Tenían algo para voltear a verlas, pero de cualquier modo, en aquellos años creo que a todos nos gusta más "tirar para arriba".

Me gustaban las mujeres, no las niñas.

Y llevaba yo todos los días una torta de huevo con frijoles. Todos los días. Y había quien casi mataba por probar mi torta...

En la primaria yo cambiaba una mordida de torta por un sandwich entero -entero- de jamón con queso. Ponía con el dedo la medida hasta la que permitiría morder. Luego, se me quitó un poco lo gandalla, y ya no ponía el dedo, los dejaba morder sin límite.

Y me contaste, mi amor, tantas cosas, bonitos y simples momentos de tu vida. Me abriste tus recuerdos y me hiciste sentir muy cerca de ti, como caminando a tu lado por los pasillos de la primaria y por los de la secundaria.

Yo iba en el mismo grado que tú en aquellos años. ¿O no? Yo entré a la primaria en el 72, "el Año de Juárez". Entré a una escuela pública, a segundo, y me dieron mis libros nuevos, aquéllos con diseño moderno, ya no con la Patria ondeando la bandera mexicana.

Me dieron mis libros, y supongo que tú, García, llevabas los mismos, pero en una escuela a más de cien kilómetros de la mía.

Me preguntas si yo llevaba morral o portafolios. Llevaba morral. En la primaria al principio llevaba yo una mochila de cuero, de esas que venden aún en las peleterías. Luego, llevaba morral; en secundaria uno de mezclilla. Pero aparecieron, como bien me dices, las primeras mochilas tipo backpack, a finales de los 70. Yo tenía una roja. Tú, me dices que ya para entonces tenías el morral que te duró hasta la profesional.

Pero antes, por supuesto, pasaste por el portafolios. Uno de madera, forrado con vinil. Yo pensé en el clásico Samsonite de plástico que resistía cualquier escalera, cualquier vuelo desde los pisos altos, el mismo que servía de asiento a la hora de intercambiar estampas.

Me cuentas que no resistió tu portafolios, el que no puedo imaginar, no resistió mucho el trato rudo, y tu papá optó por recurrir al morral.

Te puedo imaginar con el morral y el suéter verde sobre tu pantalón príncipe de Gales y tu chazarilla. ¡Cómo odié ese uniforme! Tan sólo verlo, porque como sabrás, no me tocó usarlo.
En provincia, mi rey, estamos atrasados como tres años para la máquina del tiempo, y aunque también cursé la secundaria del 77 al 80, llevaba el jumper rosa, azul o guinda, según fuera el caso.

Cuéntame tus recuerdos, pero déjame escribirlos porque yo también podría olvidarlos.

Ya olvidé, mi vida, el nombre de tu maestra de civismo, la que era autora del libro de texto. La que todo el año fue terrible y se ablandó al final por la promesa de una dirección en otra escuela.

Y cuéntame de nuevo de aquellos paseos a los balnearios con tu papá, tus hermanos y el montón de primos. Cuando confundían a Don Roberto con un maestro de natación porque se plantaba a dirigir a los chamacos en el modo de patalear y bracear. Cuéntame, mi cielo, del montón de tortas que preparaba el tío Chivis para cuando salieran del agua hambrientos.
Cuéntame, mi cielo, no dejes de decirme todo lo que hay dentro de ti.

Te amo, quiero que sigas hablando junto a mi cara mientras vemos a los peces, mientras analizas el caminar de las hormigas.

Ana Silvia