sábado, 10 de marzo de 2007

Oscar

Oscar es el hermano de Héctor, el más cercano a él. Es apenas un año y medio mayor, crecieron juntos.

Dice Doña Leonor que parecían gemelitos. (Roberto, el otro varón de la familia, es
mayor por 10 años, así que con quien Héctor compartió juegos, escuela, parrandas y habitación fue con Oscar).

Me cuenta que mientras Oscar era inquieto, travieso, aventurado y rebelde, Héctor era más bien callado y tranquilo, pero admiraba las destrezas de su hermano.

Vivían en un quinto piso de la calle Antonio Caso, y ahí, según la descripción, en la azotea había una especie de cubo de luz (cuyo fondo eran los mismos cinco pisos); por ahí, dice, Oscar cruzaba de un extremo a otro descolgándose por un tubo, sostenido sólo por la fuerza de sus manos.

Héctor, intuyo, siempre quiso imitar la hazaña pero no se atrevió, y Oscar no tenía miedo.

Yo me lo imagino como un Tarzán citadino, haciendo piruetas, retando a la lógica, columpiando por la ventana sujetado del cordón de la cortina, no sé, algo así.

Y me lo imagino diciendo que ya hizo la tarea para salir a jugar; pienso que era peleonero, de trompicones, enojón y rebelde, pero lo veo siempre acompañando al hermano menor, vigilándolo, enseñándole a jugar canicas sin mano negra, de huesito, porque de uñita sólo las mujeres.

De cocol lloran, me dice el doc, cuando me cuenta su juego de cuirias. Y sé que piensa en Oscar y lo recuerda celebrando el triunfo.

Me ha contado muchas cosas de su hermano, de cuando eran niños; de cuando iban a la escuela; de las fiestas de "luz y sonido"; de cuando llegó a salvarlo de una cuenta no pagada en el Aladino's; de cuando "voló" en un Mustang; de cómo rompió la puerta del baño porque se quedó encerrado y se le hacía tarde para ir al aeropuerto, creo que en su primer viaje a Los Cabos.

Dice Héctor que por años tuvo el sueño recurrente del edificio de Antonio Caso, de aquella descolgada temeraria. Y cada vez que lo soñó se ponía nervioso (quizá aún lo sueña).

Ja, también me contó que Oscar se fue una vez de casa: habrá tenido si acaso seis años. Que se enojó, juntó algo de ropa y se fue. De noche.

Ya me da una idea del genio del arquitecto ese recuerdo infantil.

Oscar es un tipazo. Es un arquitecto grandote, acelerado, divertido, generoso y práctico.

Se fue a vivir a Cabo San Lucas hace algunos años. Dice que iba para hacer un edificio. Acabó haciendo más de 20 y se quedó a vivir allá.

Tiene una hija hermosa, Cristy, quinceañera, bonita, inteligente y muy aterrizada, además de ser trabajadora. Yo, la verdad, me la imaginaba mimada y callada. Es todo lo contrario, una jovencita independiente, sensible y madura.

Ahora mismo, Héctor está de vacaciones con ellos: con Oscar, Cristy y Rocío, la esposa de Oscar.

Las fotos que incluyo son de años anteriores, algunas hace más de cinco o seis, porque no hay fotos de este año, aún.

Rocío, la cuñada de Héctor, lo trata como a un hermano también. Me gusta el modo en que lo quiere y se preocupa por él. Ella y Oscar se casaron hace 20 años.

En diciembre, mi cuñado estaba todo el día repitiendo: mañana es mi aniversario, mañana es mi aniversario, cumplo 20 años de casado. Y sus ojos se iluminaban cuando lo decía. Y manejó sin parar, y habiendo dormido poco, desde Tlaxcala hasta Querétaro para reunirse con su compañera.

El amor de ellos y la unión que percibo en su matrimonio son bonitos, esperanzadores.

Cuando andábamos paseando por las callecitas de Querétaro, hace unos meses, Héctor me dijo al pasar por el Templo de la Congregación de Guadalupe: aquí se casaron Oscar y Rocío (espero que no se haya confundido, si no, ya vendrán las aclaraciones).

El Templo de la Congregación es bonito, barroco, de cantera rosa, enorme. Tiene un órgano majestuoso, del siglo ¡antepasado! (ja, antes se podía decir siglo pasado y parecía algo muy viejo); el dichoso órgano sigue funcionando a la perfección y hace un par de años tuve el gusto de asistir ahí a un concierto lindo, con dos coros de gran calidad.

Pero volviendo al buen Oscar. Es un hombrón del que podría yo decir muchas cosas buenas. El amor por su hermano menor es admirable, la dedicación con que lo atiende, el cariño con que lo cuida, y los esfuerzos constantes que hace por velar para garantizar su bienestar, son en verdad dignos de respeto y admiración.

Es un hermano como pocos. Antepone quizá a sus propias necesidades y gustos, los antojos o deseos y peticiones de Héctor.

Además, es también un buen hijo. Dicen por ahí que el favorito de Doña Leonor. No me sorprendería, pero hace mucho por mantener ese cariño. Está pendientísimo de su mamá. La llama por teléfono, la consecuenta, la aconseja, la protege, la mima, la ayuda, la acompaña aún estando tan lejos. Y voló en un viajerelámpago para pasar con ella el día de su cumpleaños.

Doña Leo cuenta los días del año esperando que se llegue la fecha de viajar a Los Cabos; es su tema favorito de conversación. La imagino ahora, feliz, tranquila, sin dolores, sin azúcar inestable, sin presión alta, sonriendo y dejándose querer. Orgullosa de sus niños, junto a ellos, y viendo con amor cuánto se quieren esos dos.

Y Cristy espera también con emoción la hora en que llegue "Bolita" con el tío Héctor, para sentirse en familia, y apapacharlos y que le cumpla su abue el antojo de huevitos rancheros con salsa verde, de ésa que sólo a ella le queda perfecta, de la misma que la niña Cristy pide un envío especial desde Ciudad de México hasta Cabo San Lucas.

El amor de hermanos que hay entre los García chicos no es fácil de decir. Oscar se desvive, hace cuanto está a su alcance tratándose de Héctor. Le da unas vacaciones espectaculares, un mes cada año. Lo cuida como a un bebé y bueno, también lo alcahuetea, que ni qué.

Estando en Cabo San Lucas, mi doctor es un chamaco consentido, paseador, parrandero. Tiene la compañía de tres amigos cómplices: Alejandro, Juan y Jerry. Creo que Juan es El Pato. No sé, me confundo a veces con tanta información.

Sé que con los años, Héctor ha fortalecido lazos muy sólidos de amistad fraterna con aquellos hombres, que juntos se las arreglan para cumplir la chamba y andar de vagos por todos los rincones de ese paraíso, mezcla de mar y desierto, en la mera puntita de la península de Baja California.

Salen a ver chicas guapas, obviamente. Mucha piel al sol. Se ingenian para que Héctor participe de todo: inventó Oscar una solución para llevarlo a pasear en la cuatrimoto; se van a ver las ballenas en el catamarán; y andan como inspectores de restaurantes, nomás comiendo.

Me encanta el regalo que Oscar le da a su hermano. Y le encanta a Héctor, por supuesto. Se siente muy respaldado y protegido por su carnal, que es en verdad un ángel guardián, un hombre como pocos.

Gracias, cuñado, por ser el gran hombre que eres. Gracias por tu generosidad, tu corazón, tu espíritu, tu constancia y tu compañía. Gracias por ese incuantificable amor que sientes por tu hermano.

Sé que él es secote y callado, pero deberías ver su cara cuando habla de ti, yo te digo lo que seguramente él se aguanta por macho, te quiere mucho, te adora, y sabe que siempre estarás con él, que jamás dejarán de estar juntos.

Te quiero yo también, y Mariano te manda un beso,

Ana Silvia,
desde Cuernavaca, en una noche de lluvia fina, fresca.


lunes, 5 de marzo de 2007

Se adelantó la primavera

Hace ya unos cuantos días que las ventanas están abiertas de par en par, y serán cerradas hasta que lleguen "las aguas". Mientras, el sol inunda la casa; y afuera, en el jardín, el pasto está crecido y fuerte; el naranjo se ha llenado de racimos ahora verdes y suelta flores de azahar cada mañana, dejando perfumado el día.

Héctor no está aquí y eso le quita un poco de encanto al paisaje; no obstante, me ha ganado el sentimiento de pintar con palabras el cuadro hermoso que me regala la vida cada mañana de este marzo en que despierto sola.

En Cuernavaca no se le pusieron fechas a la estación y se planta casi todo el año, pero ahora, me impresiona, llegó brillante, impúdica, maravillosamente cálida.

Llenó el cielo de golondrinas, y pintó de rosa y lila la geografía de mi ciudad.

Cuando Héctor y yo estamos juntos, (a veces las circunstancias lo impiden y él alterna su vida en el Distrito Federal con sus estancias en Cuernavaca), cuando estamos juntos tratamos de hacer más vida fuera de la casa que encerrados. Incluso comer o desayunar y, si se puede, cenar en el jardín.

Me fascina su mirada de amor por todo, su asombro ante una catarina, su alegría por mojarse con la manguera en pleno abril, o su miedo/sorpresa de verse de pronto recostado sobre una manta en el pasto para contemplar el cielo, sus nervios en el jardín por sonidos de insectos que no le son familiares. A veces se denota como absolutamente citadino.

Cuernavaca es ciudad pero más parece un pueblo grande, un pueblo con aspiraciones de ciudad, le dijeron una vez. El sol es brillante, el cielo azul, hay mariposas y golondrinas, miles de flores coloridas. Hoy he visto decenas de primaveras floreando, árboles que pasan los diez metros de altura, sin una hoja verde, con macizos cuajados de flores rosas colgando orgullosas.

También hay muchas jacarandas, pero curiosamente este año, domina el paisaje la primavera rosada, lapacho le llaman en otros países. Aquí hay rosas y amarillas, pero hasta ahora en cada calle, en cada rincón, se ven las flores preciosas de las primaveras rosas. Cómo quisiera que el doc estuviera aquí, conmigo, que en cada ida a dejar a Mariano a la escuela, y en cada regreso por la tarde, nos entretuviéramos mirando árboles, tratando de decidir cuál es más majestuoso.

Hay una casa en pleno centro, se dice que fue propiedad del presidente Plutarco Elías Calles. Es una casa magnífica, colonial preciosa, con un jardín de ensueño visible desde la avenida. Hoy me complací al mirar sus árboles perfectos, altísimos. Alternando con esbeltas palmeras, la primavera dominaba el cuadro. Quiero que la veas, Héctor, necesito que me acompañes.

Eso es para Héctor, uno de los mejores regalos que puedo darle, compartir mi vida y mi paraíso.


El a mí me da muchos más regalos, pequeños diamantes en el brillo de sus ojos, y dulces besos cuando se pone de pie con mi ayuda, cuando se sostiene apoyado en mi abrazo, yergue su espalda y puedo mirarlo alzando la barbilla, cuán alto es, y me dice "chaparrita".

Es noche cálida, marzo y yo sin tus abrazos.

Te extraño, cielo, no tardes en volver,
Ana